Ex Alumno Salvadoreño le da sabor a sus sueños

SAN SALVADOR, 10 DE FEBRERO DE 2015

Salvadoreño le da sabor a sus sueños

Eduardo Pérez Quezada vivió en Suiza durante dos años para hacer frente a la exigente cocina europea y hacer realidad su sueño: ser chef

Eduardo tiene 24 años y ya dirige su propio negocio, un esfuerzo al que se ha sumado toda su familia. Fotos EDH / Claudia Castillo

Desde la globalización, la competencia culinaria traspasa las fronteras segundo a segundo. Los sabores vienen y van. La creatividad se ensalza y los medios de comunicación incitan a experimentar e inmortalizan a los mejores chefs.

Esa telerrealidad culinaria y los programas televisivos sobre la Nueva Cocina atraparon desde muy niño a Carbilio Eduardo Pérez Quezada. Ya el gusanito de la gastronomía habitaba entre sus anhelos en la primera infancia, pero fueron las espectaculares competencias de esculturas de chocolate las que terminaron de seducirlo.

También era amante de los sabores y los olores que la buena cocina transforma en adicciones. Y esto, sumado a la necesidad de ayudar en el hogar a la preparación de los alimentos marcaron el futuro profesional del joven salvadoreño.

Eduardo, como lo conocen amigos y familia, se graduó en 2008 del Colegio Augusto Walte, en Antiguo Cuscatlán. Ese mismo año inició la búsqueda de una excelente academia culinaria, donde iniciar sus estudios de gastronomía.

Su sueño era ser un gran escultor de chocolate, por ello navegó por los portales web de las escuelas que incluían esa opción en el mundo. Fue la escuela de cocina argentina Mausi Sebess la primera en captar su interés. Sudamérica no estaba tan lejos y los costos podrían ser financiados por su familia, siempre con una cuota de esfuerzo. Además, Mausi Sebess es el instituto de artes culinarias más premiado en Latinoamérica. La oferta era muy apetitosa.

Si bien la decisión de estudiar para chef no dejó de sorprender a sus padres, jefes de familia de un hogar tradicional, el apoyo de sus seres queridos no le faltó. Su hermana mayor, Laura Roxana, de 29 años, ha jugado un papel clave en los sueños de Eduardo y es una persona crucial en el negocio que hoy lideran juntos.

“Estaba buscando un lugar donde vivir en Argentina, cuando unos compañeros del colegio me contaron que había oportunidades para estudiar en Suiza”, recuerda el chef de 24 años.

Suiza. El Viejo Continente. Una cultura diferente. Pero nunca hay que frenar las oportunidades. Al informar a sus padres que pensaba aplicar en el instituto de artes culinarias Institut Hotelier Cesar Ritz, en Suiza, llegó el momento de discutir el futuro de Eduardo en familia. El amor y la fe en su hijo los impulsaron a aceptar el desafío y a finales de 2008 Eduardo pisó suelo europeo.

Solo para valientes

Estudiar para chef es un reto intenso y muchas veces desalentador, pero plagado de satisfacciones. Eso fue lo que descubrió este joven salvadoreño que llegó a Suiza con una maleta cargada de sueños y deseos de aprender.

No fue el idioma o el inclemente viento del norte lo que preocupó a Eduardo. Su principal inquietud era satisfacer las exigencias y la disciplina de sus maestros, en el Institut Hotelier Cesar Ritz.

La cultura gastronómica en el Viejo Continente difiere mucho de la latinoamericana, al igual que la manera de ser de los latinos y europeos. Pero hay algo que es común para todos: el estrés y las tentaciones.

Eduardo asumió en Suiza que para ser un excelente chef debía sacrificar su vida social y entregarse a complacer a sus comensales. Ahí aprendió que, además de reconocer los olores y sabores disponibles en esta industria globalizada, la infinidad de combinaciones culinarias existentes, los aperos idóneos para la elaboración de los alimentos, el protocolo y la etiqueta, debía reconocer sus límites y los de su clientela.

Aprendió que en su profesión no hay horarios, que se trabaja 12 horas al día y que si la meta es hacer carrera en un hotel cinco estrellas, la jornada laboral incrementa hasta las 16 horas. Es una profesión de rapidez y resistencia, como cualquier otra.

Ha seis años de su paso por la cocina francesa, base de cualquier tipo de gastronomía, Eduardo comprende mejor a sus maestros y esa actitud exigente. Al mando de su restaurante bar en el país, el joven pone en práctica no solo su talento para la buena cocina, sino también para administrar.

A veces es desmotivador enfrentarse a la realidad salvadoreña, donde la mano calificada suele ser una gran limitante. Pero a diario lucha junto a Lorena, su hermana, quien le echa el hombro noche a noche y su familia siempre está cerca para sumarse a su esfuerzo.

Eduardo es un joven que aprovechó las oportunidades y el apoyo de una familia que cree y apuesta por él. Aún tiene sueños que cumplir y si bien la repostería francesa y los postres europeos no lo sedujeron, la chocolatería sigue figurando en su futuro.

 

NOTA COMPLETA: ELSALVADOR.COM

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